Por Juan Carlos
Escudier
Público.es, 04/05/2017
La investigación sobre el presunto blanqueo de capitales
desarrollado desde el HSBC en íntima colaboración con el Banco de Santander y
el BNP Paribas por el que han sido imputados diez de sus directivos ha vuelto a
poner en entredicho la reputación de una familia intachable, los Botín, con la
que la Justicia viene ensañándose sin éxito desde hace décadas pese a haber
constatado una y otra vez que la inocencia de estos ciudadanos ejemplares
siempre resplandece cual supernova en la oscuridad de la bóveda celeste.
A Emilio Botín, tristemente fallecido en 2014, ya le
quisieron buscar las cosquillas a finales de los años 80 únicamente por su
carácter innovador en lo que al negocio bancario se refiere. Fue a cuenta de
las famosas cesiones de crédito, un producto dirigido a ahorradores discretos
que en número cercano a los 3.500 quisieron practicar con Hacienda las artes
del ocultismo. La batalla judicial fue larga y sinuosa hasta que en 2007 la
defensa del banquero, auxiliada por la Fiscalía y la Abogacía del Estado,
báculos de las causas más justas y nobles, lograron que el Supremo diera
carpetazo al asunto. Don Emilio llegó a poner su apellido a una doctrina,
gracias a la cual se puede captar dinero negro, colocarlo en productos opacos
al Fisco, engañar de paso a Hacienda con un listado de nombres ficticios,
incluidos los de algunos fallecidos, y defraudar impunemente siempre que sólo
sea la acusación popular la que exija justicia.
Si aquello fue una cacería, lo ocurrido cuatro años después
sólo puede calificarse de mala fe ante un olvido habitual en ciertas familias
que dejan en cuentas numeradas suizas la herencia del abuelo, unos 2.000
millones de euros, para gastos corrientes por si viajan al extranjero. El
descuido era evidente porque si los Botín hubieran querido rentabilizar esos
ahorros lo habrían puesto a plazo fijo en algún producto del Santander y no en
el HSBC, que nunca ha remunerado como es debido.
Para corregir el error el Gobierno del PP puso en marcha lo
que algunos entendieron como una amnistía fiscal cuando en realidad se trataba
de una regularización para despistados, e invitó a los mal llamados
defraudadores a presentar unas declaraciones complementarias para solventar el
malentendido. Los Botín, Emilio, su hermano Jaime, sus cinco hijos y sus cinco
sobrinos cumplieron con el trámite y abonaron 200 millones a Hacienda, en
abierta demostración de que nunca estuvo en su intención incumplir sus
obligaciones fiscales.
Si Rajoy estuvo a la altura de lo que se esperaba de él,
Zapatero no le fue a la zaga. En esa ocasión el afectado por la persecución no
era un Botín sino el consejero delegado del banco, Alfredo Sáenz, otro banquero
intachable al que se condenó por acusar falsamente y provocar el ingreso en
prisión de unos empresarios a los que reclamaba desde Banesto una deuda
inexistente de 600 millones de las antiguas pesetas. Condenado Sáenz como un
vulgar delincuente, lo que le imposibilitaba seguir en su puesto, Zapatero y su
ministro de Justicia, Francisco Caamaño, le concedieron el indulto más merecido
de la historia. De nada sirvió después que el Tribunal Supremo anulara dos años
después los efectos administrativos del indulto porque Sáenz ya había
renunciado y en justo pago a los servicios prestados se llevó 88 millones de
pensión y el elogio unánime del sector, que siempre reconoce a sus prohombres.
Dentro de esta campaña feroz contra la reputación de los
Botín y de su banco, luz y guía de las finanzas mundiales, hay que enmarcar la
querella de más de 60 ahorradores que decían sentirse estafados porque, junto a
129.000 personas más, habían colocado 7.000 millones de euros en lo que parecía
un plazo fijo que ofrecía una rentabilidad del 7,5% el primer año y euribor más
2,75 puntos los cinco siguientes. ¿Que qué pasó? Pues que la gente no sabe leer
y tomó por un plazo fijo lo que eran obligaciones convertibles que les hicieron
perder el 55% de lo invertido. El juez Ismael Moreno lo vio claro y archivó la
causa, pero la Audiencia Nacional afeó la prudente decisión del magistrado y
ordenó investigar la colocación. El intento de manchar una inmaculada hoja de
servicios con el país y sus clientes quedará en nada porque, más temprano que
tarde, el Santander volverá a demostrar su honorabilidad y buena fe.
Quizás para prevenir nuevos e injustificados ataques contra
la entidad, el Gobierno del PP tuvo a bien colocar como subsecretario del
Ministerio de la Presidencia, mano a mano con Soraya Sáenz de Santamaría, a
Jaime Pérez Renovales, abogado del Estado y director general del Santander, que
renunciaba de esta forma a su galáctico sueldo para dedicarse al bien común a
cambio de 60.000 euros al año. Fue un período fructífero ya que por su mesa
pasaron todas las reformas del Ejecutivo, especialmente sus planes de
restructuración del sistema financiero, a las que pudo dar su toque personal.
Tras cuatro años volcado en el servicio público y recibir los elogios de la
vicepresidenta en su despedida, regresó al Santander como el hijo pródigo que
era y sin transición alguna, ya que, curiosamente, las incompatibilidades no
rigen para los subsecretarios.
Cuando parecía que el acoso había terminado, viene ahora el
juez De la Mata a agitar la lista Falciani y viejos fantasmas, con el foco de
nuevo en el HSBC, que es un banco que los Botín intentar fusionar para ahorrarse
una pasta en transferencias. Según el magistrado, el fallecido Emilio y su
hermano usaron este entramado y una sociedad panameña para ocultar la venta de
un 8% de Bankinter, paquete del que nadie conocía su existencia. Como
Bankinter, del que Jaime fue presidente y sigue siendo su máximo accionista, no
denunció los hechos, el asunto quedó en un expediente de la CNMV y no en un
delito societario. El fraude a la Hacienda Pública tampoco pudo sustanciarse en
los tribunales por los efectos de la amnistía fiscal antes descrita, que les
permitió regularizar su segundo descuido sin más contratiempos.
Airear estos deslices del pasado sólo puede deberse a un
deseo oculto de perjudicar a una familia que se ha distinguido por su probidad
y su decencia. Los ciudadanos de bien estamos con ellos y contra la cruzada de
insidias a las que han sido sometidos. La virtud resplandece en las desgracias,
o eso decía Aristóteles.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario