domingo, 25 de febrero de 2018

Especulación y crisis bancaria

Por Carlos Javier Bugallo Salomón
Plataforma por la Banca Pública

Según algunos autores, la mayoría de los episodios de insolvencia bancaria son causados por una combinación de mala suerte, malas políticas públicas –tanto microeconómicas (regulación del sistema bancario) como macroeconómicas-, y mala práctica bancaria.[1] Otros autores, como el historiador Charles Kindleberger, sostienen que en el inicio de las crisis bancarias encontramos siempre una burbuja especulativa que ha sido financiada mediante el crédito.[2] De todas estas causas sólo analizaremos, en este documento, las burbujas especulativas, tema este poco conocido por el público en general e, incluso, por algunos economistas.

Así pues vamos exponer qué es la especulación y cuál es su papel en la economía moderna. Lo haremos enumerando una serie de tesis individualizadas.
  1. La especulación se define como aquella actividad económica de compra y venta de activos realizada por un operador, y que busca beneficiarse de la diferencia de precios esperados y precios corrientes, en dos momentos distintos.[3] 
  2. Un especulador toma una posición larga cuando piensa que el valor de una activo cualquiera dado (mercancía, título financiero, oro, obra de arte, joyas, apartamentos…) va a aumentar, y compra una cierta cantidad a cambio de dinero al contado, esperando poder revenderlo ulteriormente a un precio superior. Y a la inversa, el mismo especulador toma una posición corta cuando vende un bien económico del que dispone y del que prevé una bajada de valor, para volver a cómpralo más tarde a un precio más barato.[4] 
  3. Los defensores de la especulación sostienen que los especuladores siguen una motivación racional, y que en consecuencia orientan su actividad guiados por  la mejor información disponible para predecir el precio futuro de los activos con los que especulan. Por contra, los críticos de la especulación afirman que hay pruebas que demuestran, que muchos especuladores se limitan a reaccionar ante los cambios en los precios de los activos; vale decir, que compran cuando estos están al alza (manías) y venden, cuando están a la baja (pánicos). A esta conducta se la conoce como ‘seguimiento de tendencias’.[5] 
  4. La manía especulativa es la causa de que se generen burbujas o subidas irracionales e injustificadas en el precio de las cosas (acciones, viviendas u otros activos) hasta que superan, con mucho, su valor real. Al estallido de la burbuja le sigue el sentimiento de pánico que se apodera de los especuladores; todo el mundo se apresura a vender y los precios se desploman (crac), arruinando a los últimos en sumarse a la burbuja. Burbujas ha habido de todo tipo; y la mayor parte de ellas se produce en los mercados inmobiliario y bursátil.[6] 
  5. La especulación puede realizar, tal como sostiene la economía liberal, una función estabilizadora: equilibra las cotizaciones, al comprar cuando los precios bajan y vender cuando estos tienden a aumentar, orienta el ahorro hacia un empleo más adecuado, y selecciona las mejores inversiones. Pero es también innegable, como hemos dicho antes, que puede desempeñar una función desestabilizadora, al generar nefastas oscilaciones de los precios que no pueden ser explicadas a partir de la situación real del sistema productivo. En este caso, en vez de explotar las variaciones autónomas ligadas al proceso de ajuste de los precios, la especulación provoca y agudiza artificialmente estas variaciones en una dirección predeterminada, explotando posiciones oligopólicas al generar grandes flujos de crédito en el mercado. Precisamente por ello, durante las últimas décadas los más grandes bancos, las multinacionales y las sociedades financieras más importantes, han comenzado a asumir un rol de primera importancia en la escena de la especulación internacional, al disponer de un nivel de información de las condiciones del mercado que no está al alcance de los operadores comunes.[7] 
  6. Se habla de agiotaje cuando la especulación se ejercita sobre la base de variaciones de los precios que han sido promovidas por los mismos especuladores mediante acaparamientos, difusión de noticias falsas o el uso de información privilegiada. En este caso, la especulación se considera un ‘negocio sucio’ y, por tanto, éticamente reprobable.[8] 
  7. La especulación no sólo está asociada frecuentemente a comportamientos moralmente reprobables, sino también ilícitos que comportan una desnaturalización o violación de una confianza implícita o explícita. En un auge, se ganan fortunas, los individuos se vuelven codiciosos y los estafadores hacen su aparición para explotar esa codicia. De esa manera, la proclividad a estafar y a ser estafado discurre paralela a la proclividad a especular durante el auge. El crac y el pánico, con su consigna de ‘sálvese quien pueda’, inducen aún más al engaño con el fin de conseguir la propia salvación. Y la señal del pánico es, con frecuencia, la revelación de una estafa, robo, malversación o fraude.[9] 
  8. Se ha comparado a la especulación con las apuestas que se realizan en un ‘casino’. La analogía es sugerente pero incorrecta. En primer lugar, porque mientras que el juego consiste en colocar dinero sobre riesgos creados artificialmente de un hecho fortuito, la especulación consiste en asumir los inevitables riesgos económicos de los cambios de valor. En segundo lugar, porque en un juego las pérdidas se imputan solamente a los jugadores que participan en el mismo, mientras que la especulación, cuando da lugar al estallido de una ‘burbuja financiera’ de grandes dimensiones, puede llegar a afectar negativamente a casi toda la población de uno o varios países.[10] 
  9. Históricamente, la especulación nace precisamente con la formación de mercados en los cuales se abandona el trueque (intercambio de mercancías por otras mercancías) en favor del uso del dinero como intermediario de esos intercambios. Pero solamente a finales del medioevo, con el surgimiento de las primeras bolsas comerciales creadas por los mercaderes italianos, comenzó a desarrollarse la especulación de forma sistemática.[11] 
  10. La actividad especulativa progresivamente se ha convertido en un fenómeno masivo, que moviliza ingentes cantidades de capitales de un número también muy amplio de personas. Dos circunstancias han contribuido a ello: a) la posibilidad de realizar operaciones a plazo o diferida (operaciones forward), es decir de concertar ahora una compra o una venta que se realizarán en un plazo estipulado (días, meses, etc.) sin necesidad de disponer en el momento del contrato del dinero requerido; y b) la financiación bancaria: el crédito abre la posibilidad de la intervención especulativa incluso a quienes no poseen capitales propios y amplía el radio de esta más allá de lo permitido por los recursos del especulador.[12] 
  11. En la actualidad, la especulación es un fenómeno global, es decir tiene por objetivo recursos económicos de todo el orbe planetario. Ha sido en las décadas de los 80 y 90 del siglo XX, cuando se ha producido una intensa ‘revolución de las finanzas’ que ha permitido la interconexión de los mercados de todo el mundo (globalización) y también un aumento de la posibilidad de actividades especulativas. Dos tipos de innovaciones han dado lugar a esta revolución financiera: 1) innovaciones tecnológicas, basadas en la informática y las telecomunicaciones; 2) innovaciones financieras, en particular los productos ‘derivados’ (futuros, opciones y swaps), instrumentos que permiten en un primer momento la transferencia de los riesgos de mercado, pero que ulteriormente pueden utilizarse para especular. La mayor parte de estas operaciones con derivados se realizan en mercados desregulados, es decir directamente entre operadores y al margen de las normas, cotizaciones y organización de los mercados organizados reconocidos oficialmente (se conocen como mercados OTC –over the counter-, es decir ‘en el mostrador’, que se caracterizan por no tener localización física y operar a través de telecomunicación).[13] 
  12. Los hedge funds, conocidos en España como fondos de inversión libre o fondos de cobertura, son el mejor exponente de actividad económica centrada en la especulación. Estos fondos de inversión colectiva nacieron a mediados del siglo XX en Estados Unidos, pero desde hace un cuarto de siglo han aumentado de forma espectacular en número y tamaño, de modo que a finales de 2007 se contaban por miles y superaban un patrimonio global de 1,81 billones de dólares, una cantidad equivalente al 13% del PIB de Estados Unidos. Su estrategia de negocio se orienta básicamente hacia la especulación en activos cuyos precios no consideran sostenibles en el tiempo, y para ello recurren no sólo a las compras y ventas convencionales de activos, sino también a las compras y ventas al descubierto (o sea, tomando prestado un activo), al uso de derivados y al apalancamiento (el endeudarse para financiar una inversión); en suma, a toda la panoplia de herramientas disponibles en la actualidad para especular a gran escala. Hay que destacar además, que muchísimos de estos fondos van a la quiebra cada año; cuando lo hizo un fondo de gran tamaño, el Long Term Capital Management en 1998, ello obligó al Banco Central de Estados Unidos a intervenir, poniendo en evidencia el riesgo que suponen para la estabilidad del sistema financiero.[14] 
  13. Aunque el capital especulativo y el industrial realizan sus beneficios de fuentes distintas, nada impide que puedan actuar juntos en el seno de una misma empresa. En el caso de las multinacionales, sus departamentos de tesorería hace tiempo que han aprendido a especular con sus reservas de divisas. Por citar el caso de Japón, en el año 1988 casi el 38% de los beneficios de Toyota procedían de la especulación financiera; Matsushita Electric obtuvo el 59% de su beneficio final de dicha especulación; Nissan el 65% y Sony, el 63%. Y lo mismo puede decirse de las multinacionales americanas.[15] 
  14. La especulación es una de las formas más importantes de concentración y acumulación de riqueza. Lo fue en el pasado, contribuyendo a proporcionar los capitales necesarios para la Revolución industrial y el advenimiento del capitalismo, y lo sigue siendo en la actualidad, pues todavía es una forma alternativa y competitiva respecto a la inversión productiva.[16] 
  15. La actividad especulativa es en la actualidad un tipo de operativa económica enteramente legal y protegida por la ley. Principalmente en la bolsa y en el mercado de divisas, uno puede especular con mercancías (especialmente productos agrícolas y materias primas), títulos de crédito, privados o públicos (acciones y bonos), así como divisas. Las negociaciones se producen generalmente a través de la mediación de los brokers, agentes especializados en este tipo de operaciones (mediadores, agentes de cambio, operadores financieros) que facilitan el encuentro entre oferentes y demandantes, garantizando el anonimato de quienes negocian.[17] 
  16. No siempre se ha visto con buenos ojos a la especulación; por ejemplo, en la Edad Media. Teóricamente se justificaba esta prohibición en base a las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, quien consideraba injusto e ilegal ‘vender más caro o comprar más barato de lo que vale una cosa; y también en la doctrina de San Agustín, quien consideraba el apetito ilimitado de lucro como uno de los tres pecados principales.[18] 
  17. El historiador Edward Chancellor ha tenido la sagacidad de definir la especulación como ‘el Carnaval del Capitalismo’, porque tanto el carnaval como la manía especulativa producen un ‘mundo trastocado’. Así como el carnaval ofrece un momento de liberación frente a las rigideces y exigencias religiosas, así también la manía especulativa invierte ciertas consignas del capitalismo, como la devoción a la profesión, la honestidad, el ahorro y la perseverancia.[19]


De la especulación dijo el economista John Maynard Keynes:

“Los especuladores pueden no hacer daño cuando son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquél se realice mal.”[20]


[1] Gerard Caprio Jr. y Daniela Klingebiel: “Bank insolvency: bad luck, bad policy, or bad banking?”, mimeo, p. 2. Disponible en < http://reference.kfupm.edu.sa/content/b/a/bank_insolvency__bad
_luck__bad_policy_or_104582.pdf>            
[2] Charles p. Kindleberger: Manías, pánicos y cracs. Historia de las crisis financieras, Barcelona, ed. Ariel, 1991, p. 144.
[3] Roberto Panizza: La especulación, Barcelona, ed. Oikos-Tau, 1990, p. 17.                                      
[4] Jean Peyrelevade: L’économie de spéculation, Paris, Éditions du Seuil, 1978, p. 104.
[5] Edward Chancellor: Sálvese quien pueda. Una historia de la especulación financiera, Barcelona, ed. Granica, 2000, p. 390.
[6] Nuño Rodrigo: La Bolsa, Madrid, ed. Maeva, 2004, p. 176.
[7] Roberto Panizza: op. cit., pp. 34-8.
[8] Doménec Melé Carné: “Aspectos éticos de los mercados de valores”, en José L. Sánchez de Valderrama (dir.): Curso de Bolsa y mercados financieros, Barcelona, ed. Ariel, 2001, p. 497; y Claudio Napoleoni: “Especulación”, en Claudio Napoleoni: Diccionario de economía política, Madrid, ed. Castilla, 1962, p. 686.
[9] Charles p. Kindleberger: Manías: op. cit., pp. 109-112.
[10] Edward Chancellor: op. cit., pp. 74, 229 y 384.
[11] Roberto Panizza: op. cit., pp.10 y 21.
[12] Roberto Panizza: op. cit., pp. 18 y s.
[13] Susan Strange: Dinero loco. El descontrol del sistema financiero global, Barcelona, ed. Paidós, 1999, pp. 12, 35-47.
[14] Marta Noguer: "El enigmático mundo de los hedge funds: beneficios y riesgos", en Documentos de economía 'La Caixa', nº 09 (Febrero, 2008), pássim. Disponible en <http://www.pdf.lacaixa
.comincacions .com/de/esp/de09_esp.pdf>
[15] Gregory J. Millman: Especuladores internacionales: los nuevos vándalos, Bilbao, ed. Deusto, 1995, pp. 198 y 213.
[16] Roberto Panizza: op. cit., pp. 10 y 14.
[17] Roberto Panizza: op. cit., pp. 17 y s.
[18] Edward Chancellor: op. cit., pp. 22 y s.
[19] Edward Chancellor: op. cit., pp. 46 y s.
[20] Robert Skidelsky: El regreso de Keynes, Barcelona, ed. Crítica, 2009, p. 117.

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